11-M

Publicado el 11 de marzo de 2024, 18:21

          Pues sí, ya pasaron veinte años y la vida continuó, pero la de muchos, en aquel once de Marzo, se detuvo para siempre.

         Hoy hace veinte años de los atentados en Madrid. Unos atentados que nos rompieron el alma y nos demostraron que ante el fanatismo, nadie está a salvo.

         Pero no voy a hablar de lo que aquello significó, voy a hablar sobre la cosa más extraña y es que, tengo memoria de pez, pero aquel día lo recuerdo perfectamente.

          Hay días que tenemos marcados en la memoria y que recordamos, aunque hayan pasado los años, como si fuera ayer. Yo recuerdo a la perfección alguno de ellos: El día que perdí la virginidad, el día que entré en el ejército, el día en que me independicé y me fui a vivir solo, el día que le dije a una modelo que pasaba de ella, el día que me llamaron feo por primera vez (Hay que joderse con eso sí, mi madre dice que soy precioso) Pero el día de los atentados del 11-M recuerdo incluso lo que desayuné. Faltaban unos días para cumplir veintiocho primaveras y como siempre llegué el primero a abrir el bar y el restaurante del hotel donde trabajaba; era el Maître, no me quedaba otra. Encendí el televisor del salón y allí, para mí, empezó todo. Al principio no me creía que fuera España. Luego no me creía que la catástrofe fuera tan grande. Poco a poco, empezaban a llegar clientes madrileños al bar. Algunos con auténticos ataques de pánico. Nunca llamar a un ser querido y que no te cogiera el teléfono era tan aterrador. El bar se convirtió en una improvisada sala de espera. A un lado los clientes madrileños y al otro, el resto de los clientes que intentaban ayudar en lo que fuera posible. Decidí no cobrar los cafés y las infusiones a los madrileños. Muchos clientes pagaron bebidas un poco más fuerte a los afectados. Cada vez que alguna llamada era respondida, el bar se quedaba en silencio, para que se pudiera dar la mayor información posible y que los familiares respiraran por un segundo tranquilos. Con cada explosión, cruzábamos los dedos para que nadie dijera —Dios mío, mi hijo coge ese tren para ir a la universidad— o —¡Es la parada de tu hermana cariño. Llámala, llámala! —

          Hasta aquel día, nuca había sufrido tanto con una tragedia. Hasta aquel día no había disfrutado tanto, cuando alguien llegaba a contactar con los suyos.

          Mantuve el bar abierto todo el día y gran parte de la noche, hicimos platos combinados de comida para los clientes afectados y los servimos en el bar, para que no tuvieran que alejarse del televisor del salón. Ayudamos todo lo posible desde aquí, pero no fue nada en comparación con lo que las personas ayudaron en Madrid.

         Esta herida que, a día de hoy es una cicatriz, nos demuestra, nos recuerda lo hija de puta que pueden ser las personas. Pero también, tras ver como nos ayudamos en aquel día, nos da un aire de esperanza en el corazón de que no, está todo perdido con esta humanidad.

          Ahora, lo que me indigna y me asquea es que, de los dieciocho detenidos por aquella barbarie, únicamente uno siga en prisión. Tenemos leyes de chichinabo, lo digo por que en otros países, como Alemania, Reino Unido, Francia, Estados Unidos, esos asesinos tendrían cadena perpetua y si ya hablamos de países como: Yemen, Irán, Irak, Tailandia, estaríamos hablando de la pena de muerte.

         Nunca olvidaremos el 11-M, pero sabemos que dentro de otros veinte años, estará ya mas cerca de historia que de vivido y dentro de cincuenta años, cuando aquellos que estuvimos en el mundo en aquel día ya no estemos, simplemente será una pregunta en algún examen de historia de España, en algún instituto o en una tarjeta del Trivial Pursuit.

         En fin, ya no añado más, por que todo está dicho y eso está escrito.

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