Ayer viví, contemplé, presencié… es que no encuentro la palabra adecuada, es más, cada vez que lo pienso me quedo entre mudo e incrédulo. Ocurrió de verdad, fue real o el café de la mañana me sentó como el agua que bebía en mis años mozos, en las discotecas. Bueno os cuento y ya me decís…
Fui a la peluquería de una amiga, ya sabéis, para ponerme todo lo hermoso posible, ya que en estas fiestas no terminas una comida y ya estas entrando en otra, además de ir de restaurantes también…Venga, los avispaillos a ver si lo pilláis. Por cierto, el resultado fue, que por mucha seda que me ponga…
Pues estaba esperando mi turno, charlando con mi amiga y discutiendo de cuantas casillas me podía elegir para apuntarme en lo de la clásica cesta de navidad. Observando como se echa el tinte y lo desagradable que es tocarle el pelo a un desconocido: Un inciso, hay dos profesiones que me costarían la vida ejercerlas, peluquero y podólogo, fin del inciso. De pronto escuchamos la campanilla de la puerta de entrada y vemos aparecer a un hombre de unos cincuenta y cinco o sesenta años, con un perro Yorkshire, en los brazos y pregunta.
-¿Cuándo podría cortarle?
Y mi amiga responde -¿A usted o a su señora?
Y ahora viene lo extra dimensional, contesta el hombre con tranquilidad y alevosía -¡No, a mi perro!
¡Ostias, tío loco! A su perro, quería en una peluquería de personas que, le cortaran el pelo a su mopa. Pero no queda ahí la cosa, por que mi amiga le dice.
-Disculpe caballero, pero esta peluquería es únicamente para personas.
Imaginaros la cara de las dos mujeres que estaban siendo atendidas en ese instante, preguntándose entre sonrisa de medio lado y mirada de ¿A ver si con esto de la crisis, esta muchacha también corta con las mismas tijeras, el pelo a los perros?
El hombre permanece en silencio unos segundos, mientras mira al graderío, luego fija la mirada en mi amiga y con gran pachorra le dice.
-¡Entonces es que no se lo vas a cortar! A ver que hago yo ahora que, tengo un compromiso.
¡Me cago en “to” lo que se menea! Que se sintió ofendido el pobre hombre, porque le acababa de arruinar la vida, la señora propietaria del negocio. Pues entre reproches tan bonicos como; ¡Qué vergüenza esta juventud que no quieren trabajar! ¡Así va España, con esta manada de vagos! ¡Vaya unos racistas! (Esto último no se lo escuché, pero seguro que lo pensó) Y un etc tan largo y bonico como para excomulgarlo, se marchó.
Habían pasado unos veinte minutos mientras hablábamos sobre lo ocurrido y mi amiga dejaba bien claro que jamás sus tijeras habían cortado el pelo de ningún ser tan civilizado como el de un perro, cuando regresó el Perrineitor, pero esta vez acompañado por su esposa, que por el aspecto engalanado y por su alto moño, como mínimo tenía el tratamiento de Señora Marquesa. Se quedaron en el quicio de la puerta y el hombre espetó.
-¡Aquí ha sido donde no han querido atendernos a Lucky!
-¡Qué vergüenza coño, cuanto mas quieres ayudar a los negocios del barrio, más te quitan las ganas! -apuntilló ella mirando hacia el interior, soltando palabras a modo de propina.
Y de la misma forma que concluyes una conversación tonta, tomando una pastilla de “A tomar por culo 50mg” no se necesita receta, solo ganas de dar una ostia, se perdieron en la concurrente calle.
En definitiva, la vida nos sorprende cada vez que le da la real gana, dejémoslo en ganas, por si hay algún republicano. Pero me inquieta el alma, cuando la lógica desaparece, para que prevalezca lo que a mi me de la gana, que es lo que debió de pensar Perrineitor, que entonces gobierna el yo estoy por encima de ti y si te digo que me beses los pies lo haces. Vamos, retroceder en el tiempo un par de siglos, nada más.
Lo peor de todo es que al final no me corté el pelo, la verdad es que… como dice el gran José Mota; Se qué no, pero y si sí.
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